“Nadie tiene más amor que quien da la vida por sus amigos”
Recuerdo que de niño quería ser muchas cosas; futbolista, bombero, luchador, policía, doctor, detective, actor; en fin, creo que quise ser todo… pero nunca recuerdo haber querido ser sacerdote.
Entorno familiar
Nací en Guadalajara México, en el seno de una familia católica. Desde pequeño me acostumbré a que el domingo era el día de ir a misa y luego de pasar tiempo con toda mi familia en casa de mis abuelos, algo que disfrutaba mucho pues podía pasar mucho tiempo con mis primos y hacer toda clase de travesuras en casa de la abuela.
Desde pequeño aprendí mucho de mis padres y de mis hermanas. Mi papá ha sido siempre un ejemplo de responsabilidad, trabajado duro, orden, puntualidad y dedicación a su familia; mi mamá, un gran ejemplo de alegría, simplicidad, autenticidad, caridad y una piedad extraordinaria. Mis hermanas han sido también un gran ejemplo con sus muchas virtudes.
Éste fue el terreno fértil donde Jesús había querido sembrar la semilla de mi vocación.
En busca de la felicidad… en los lugares equivocados
Siempre fui conocido por ser un “niño feliz”. Desde pequeño fui una persona muy sociable que le gustaba estar siempre rodeado de amigos y conforme iba creciendo esto se convirtió en el centro de mi vida hasta el punto de polarizarlo todo. Ya desde la secundara, el “ser feliz” empezó a traducirse en “estar contento”, “pasarla bien”, “no sufrir”, “disfrutar al máximo cada día”.
De los 15 a los 19 años mi vida podía ser resumida en esta frase: “Sólo tienes una vida para vivirla, disfrútala lo más que puedas con toda clase de placeres, exprímele todo el jugo posible… no te preocupes por el mañana, disfruta esta noche”. Sin darme cuenta, estaba entrando en un pozo que se iba haciendo cada vez más obscuro. Trataba de buscar amor en el placer, alegría en las fiestas y borracheras, amistad en conocer muchas personas, autenticidad en vestir bien y tener un buen coche, éxito en el dinero… No puedo negar que por un par de años la pasé “en grande”. Con mis amigos nos íbamos de fiesta casi todos los días, el fin de semana empezaba en miércoles y terminaba el domingo. Mis años de prepa se pasaron volando entre fiestas, playa, alcohol, “novias” y mucha diversión…
Las crisis de las 3 de la mañana
Así transcurrieron mis años de prepa, y para ser sincero, creí que podía seguir con ese ritmo toda mi vida pues ¿no es acaso eso lo que nos debería hacer felices?… Sin embargo, no podía negar la realidad: “cuando regresas de la fiesta y se apagan las luces, la música deja de sonar, los amigos desaparecen y el alcohol comienza a hacerte sufrir los efectos secundarios; ahí, solo en tu cama, a las 3 de la mañana, con lágrimas y desesperación te preguntas: ¿qué más sigue? ¿qué más hay? ¿por qué no me siento feliz?…
Recuerdo que, en estas largas noches de crisis, salía a mi balcón y con cigarro en mano solía poner un poco de música para tranquilizarme y “reflexionar sobre la vida”. ¿Qué estaba haciendo con mi vida? Siempre soñé ser una persona exitosa, rica, famosa, pero en lo profundo de mi corazón había un sueño aún más grande: tener una hermosa familia. Cada noche, con lágrimas en los ojos pensaba que no estaba sembrando buenas semillas y que por ello no podría nunca cosechar buenos frutos.
En medio de estas crisis, Jesús decidió intervenir directamente y convertirse en el protagonista de mi vida.
Después de tantas discusiones con mi papá y tantas lágrimas derramadas por mi mamá a causa de la vida tan disoluta que llevaba, mis padres decidieron tomar cartas en el asusto y un día al regresar a casa me llamaron para “platicar”. En realidad, no fue una conversación sino un ultimátum. Era muy simple, ellos ya habían decidido que yo haría un viaje de misiones durante la semana santa y me ofrecían dos opciones: Hacerlo con ellos en familia o sólo con otros jóvenes. Yo, no quería hacerlo de ninguna de las dos formas, pues ya tenía planeada mi semana santa en la playa con mis amigos, pero al ver que no tenía opción opté por el “mal menor”, irme con otros jóvenes.
Encontré la alegría que buscaba en el donarme a los demás
Ese viaje cambió mi vida para siempre. Los anhelos y deseos de toda mi vida fueron satisfechos en el lugar más pequeño y pobre, con las personas más sencillas y humildes. Estas personas me enseñaron que la verdadera felicidad consiste no en poseer, sino en dar; que la verdadera riqueza no consiste en tenerlo todo, sino en no necesitar nada; que no se puede encontrar el amor verdadero cediendo a tus pasiones y deseos por todos, sino en el compromiso y el sacrificio por el amado; que la verdadera amistad no es el resultado de dos personas que tienen las misas ideas, sino de dos personas capaces de sacrificar sus propias opiniones e ideas para hacer feliz al otro; que en la vida no se trata de hacer que otros te acepten, sino en aceptar a los otros como son; que la verdadera paz no llega como resultado de lo que hemos alcanzado, sino como resultado de lo que hemos elegido…
Buscando el amor me encontré con El Amor.
Después de esa experiencia en misiones, supe que mi vida no podía seguir igual, tenía que hacer un cambio radical. Al terminar mi primer año de universidad, decidí dar un año de mi vida como colaborador en el Regnum Christi. Esta decisión cambiaría mi vida para siempre…
Durante mi año de colaborador recibí muchas bendiciones, descubrí que me hacía muy feliz dedicar mi tiempo a los demás, aprendí a tener una verdadera amistad con Cristo y a amar la oración, pero la gracia más grande que tuve fue haber conocido a una mujer que me enseñó a amar de verdad, me enseñó a entender que el verdadero amor no busca la satisfacción personal sino la santidad de la persona amada, me enseñó que el verdadero amor sabe esperar y ser paciente, me enseñó que Dios está por encima de todo amor humano y sobre todo me enseñó que un hombre debe hacerse digno del don de una mujer por medio de su sacrificio y donación a ella. “No le pidas nunca a Dios una mujer, hasta que le demuestres que eres un hombre”
Todo iba de maravilla, mi vida parecía ir en la dirección correcta, tenía todo lo que había soñado: me había encontrado con Cristo, me hacía feliz entregarme a los demás, tenía una novia maravillosa, estaba listo para terminar mi año de colab y regresar a la universidad, en fin, estaba ya viviendo la vida que había soñado. Fue en ese momento, cuando pensaba que ya había alcanzado el máximo grado de felicidad, cuando Jesús me hizo su invitación a seguirle sólo a Él, de una manera total, escuchaba constantemente su voz que me decía “deja todo, luego ven y sígueme” …
La llamada: “Ustedes no me han elegido a mí, soy Yo quien los ha elegido a ustedes”
Fue en un momento de intimidad con Jesús, una noche larga y llena de lágrimas, en la pequeña capilla de mi comunidad, cuando le pregunté: – “¿por qué Señor? No entiendo nada, nada de esto que me pides tiene sentido, te he dado ya un año de mi vida y te quiero seguir sirviendo el resto de mi vida, pero no de esa manera, no como sacerdote. Además, fuiste tú el culpable de que me enamorara tanto de mi novia, pues tú mismo me mandaste a esta ciudad. La pusiste en mi camino, la amo, y ¿ahora quieres que renuncie a su amor? NO, no puedo”. Así, con lágrimas en los ojos, continuaba dando mis razones por las cuales yo no podía ser sacerdote, pero por otro lado sentía un fuerte deseo de hacer sólo SU voluntad.
Al cabo de unas horas, Jesús respondió a mis preguntas, es difícil describir exactamente como fue, pero dentro de mí escuche una respuesta que llenó mi corazón de paz, fue como escuchar a un amigo que me hablaba directamente y sin tapujos. Yo pregunté ¿por qué? Y Jesús me contestó: – “Gus, yo te amo más que nadie en este mundo y te he llamado a ser sólo mío desde la eternidad, pero era necesario preparar tu corazón. Tu novia ha sido un don para ti, que yo mismo te he dado porque antes de ella nunca habías amado a nadie y un sacerdote es una persona consagrada al amor. La puse en tu camino porque era necesario que aprendieras a amar a alguien a quien puedes ver, sentir y tocar; para que me amararas el resto de tu vida a mí a quien, por el momento, no podrás ver o tocar. Y no pienses que te pido que renuncies a amarla, al contrario, te pido que la ames de una manera aún más perfecta, te pido que me la ofrezcas y que te consagres por ella y por todos, “nadie tiene más amor que quien da la vida por sus amigos”.
Luego de ese encuentro personal con Jesús todo estaba claro, Él me pedía ser sólo suyo y quería que me entregara a todos de una manera total. El sacerdote no está llamado a renunciar al amor humano, sino a vivirlo en plenitud; está llamado a amar a Dios sobre todas las cosas y a amar a las creaturas por amor a Dios.
Llevo 12 años como legionario y cada año ha sido mejor que el anterior. He tenido momentos de lucha, cansancio, debilidad e incluso frustración, pero en medio de las dificultades siempre he sentido una gran alegría y una paz inmensa de saber que Dios me ha mirado con misericordia y me ha querido escoger a mí, el más indigno de todos para ser sólo suyo y servirle en esta vida.
Cuando Dios te llama, nunca encontrarás una certeza total, sólo el amor te guiará hacia una paz dentro de la incertidumbre.