Priestly Ordinations 2024

Jefferson De Souza, LC

Testimonio en Portugués

La vida es una aventura. Las mejores aventuras siempre serán con Dios” 

Nací en Curitiba el 28 de noviembre de 1992 en una familia católica y muy practicante. Este hecho demuestra mucho el punto de partida de mi vocación y donde Dios ha querido poner desde el inicio las bases de mi vida: la fe y una familia que siempre ha buscado a Dios. 

Reconozco que mi padre no ha sido muy practicante desde siempre; pero mi madre tiene un carácter decidido con relación a las cosas de Dios, a tal grado que nunca ha desistido con todas sus fuerzas en luchar por los valores que deben guiar la vida familiar y, más adelante, mi propia vocación. Me atrevo a decir que somos lo que somos cada uno de la familia gracias a mi madre. Tengo dos hermanos, pero realmente con el mayor casi no he tenido mucha relación a lo largo de los años; mi hermana menor, por el contrario, ha estado a mi lado constantemente apoyándome en cada momento de mi proceso vocacional y buscando, a pesar de la distancia, que tuviésemos una profunda relación. 

Mi infancia ha sido muy sencilla. Los mayores recuerdos que tengo de este periodo son un viaje familiar a un parque de diversiones al que me ilusionaba mucho ir, un “momento” muy difícil familiarmente, el nacimiento de mi hermana y varias actividades a las que mi familia dedicaba tiempo para participar en la parroquia. Parecen hechos sin conexión, pero todos han ido conformando mi vida y preparándome para empezar una gran aventura en el año 2001. 

Cuando uno escucha decir “historia vocacional”, es común tener la expectativa más bien de eventos extraordinarios que llevan a un determinado momento de conversión y de llamado. No vas a escuchar casi nada de esto en mi historia, téngalo por seguro. En mi caso eso es irrelevante, porque no les puedo contar cosas extraordinarias sino muy ordinarias. ¡Espero no decepcionarte! La realidad es que para mí lo más “extraordinario” ha sido ver cómo Dios ha trabajado en mi vida poco a poco con mucha paciencia y que, a pesar de mis miserias y limitaciones, ha buscado transformar mi corazón hasta el día de hoy. Es realmente extraordinario como Dios se aprovecha de todo: de las cosas buenas y bellas, pero también de las cosas que jamás uno se imagina como puede ser nuestros pecados y manera de ser, o una circunstancia familiar y de fracaso. O sea, mi historia ha sido un camino lento e increíble de más de 23 años de continuas pequeñas manifestaciones de Dios en lo ordinario de mi vida. 

No inicio de este año de aventuras que mencioné antes, después de la dificultad que tuvieron mis padres para que pudiese comportarme en la misa, me dieron permiso en la parroquia de empezar a ser monaguillo. Realmente ha sido todo un logro, porque si alguien me conoce, debe imaginar cómo debía ser de inquieto como niño. Y sucede que, alrededor del mes de agosto, en una de estas misas, se escucha que va a llegar a apoyar un sacerdote extranjero porque el párroco no podía estar presente aquel día. Este día me encuentro con un hombre vestido totalmente de negro (algo que nunca había visto antes en los sacerdotes diocesanos) y que no sabía decir una sola palabra en portugués. La verdad me llamó mucho la atención; pero también debo reconocer que me reí mucho durante toda la misa por su manera de hablar y porque todo lo que decía lo malinterpretaba. Este sacerdote llevaba unos pocos días en Brasil y, sin saber aún pedir un pan en la panadería y cómo distinguir la “r” portuguesa de la “r” americana, ya estaba enfrentando homilías traducidas por otros miembros de su comunidad en mi parroquia. O sea, parecía un chiste. 

El P. Kevin Baldwin LC había llegado para trabajar en las secciones de señoras de mi ciudad. Desconocía y no me importaba lo que eran secciones y que había sacerdotes también religiosos. Pero me acuerdo de que lo intentó explicar cuando estuvo celebrando esa misa. 

Mi parroquia, en este período, había solicitado en el seminario de los Legionarios – que quedaba a unos pocos kilómetros de mi casa –, un sacerdote que pudiese apoyar una vez al mes en las misas de la parroquia. El párroco estaba muy saturado de trabajo y no lograba cubrir todas las misas. ¡Y así empezó todo! 

Como buen legionario, el padre no dejaba de aprovechar cada oportunidad para “echar más agua a su molino”: empezó a invitar a la gente de la parroquia a las actividades del Regnum Christi. Y a mí, un día después de haber ayudado como monaguillo en la misa, me invitó a participar del Ecyd.  Tuve pocos encuentros relacionados con las actividades de la primera etapa del Ecyd y luego dejé de participar por dos años por las clases de catecismo para la primera comunión. Más adelante regresé para la segunda etapa. Sin embargo, ¿qué fue lo que me llevó a entrar en el seminario? En mi ciudad aprovechaban la presencia de los apostólicos del seminario menor para ponerlos de responsables en las actividades del Ecyd. Ahí conocí a algunos de ellos y desde el primer momento me llamaran la atención. Y empecé a preguntarle al padre por ellos: quiénes eran, qué hacían, por qué estaban en el seminario… He sido siempre un niño inquieto y quería saber de todo. En la época era costumbre que todos los niños del Ecyd hicieran un retiro en el seminario de modo que tuviesen una experiencia de la vida del seminario; a partir de estas actividades llamaban a algunos para el programa de verano del seminario. Hasta hoy, no creo que sea sólo porque participé de algunas actividades del seminario que me hayan invitado a entrar. Quizás, también, por mi curiosidad pensaron que podría ser que tuviese una inquietud al sacerdocio. La verdad no lo recuerdo del todo porque era niño. Algo es cierto: me atraía mucho la vida de la apostólica por todas las actividades que hacían: juegos, paseos, dinámicas, etc. 

Hay algo que quiero dejar claro aquí: obviamente un niño de 12 años no tiene clara una vocación y no es capaz de darse cuenta de todo lo que implica seguir un discernimiento vocacional. Pero no podemos negar que Dios de muchas maneras va llevando a cada uno de nosotros a descubrir su voluntad. ¿Cómo puedo saber que me está llamando y cómo puedo ser capaz de discernir este llamado? Para mí, no cabe duda de que la alegría profunda, la paz en todo aquello que hago y muy evidentemente la mano de Dios a partir de las experiencias que Él me fue permitiendo vivir, eran pruebas de eso. Es verdad que, en el momento, casi era inconsciente de la decisión que tomé; pero también el entusiasmo que tenemos de niños y también de jóvenes me ayudó a dar pasos que siendo adultos nos maravillamos al preguntarnos de cómo fuimos y somos capaces de ser valientes. Durante los años estos elementos fui llevando a la oración y viendo claramente un llamado de Dios a ser sacerdote. 

Mi ingreso en la apostólica fue el 4 de enero de 2005. A partir de este día ha sido realmente una gran aventura cada día, cada etapa y cada paso que fui dando de la mano de Dios para llegar hasta este 27 de abril de 2024, día en que seré ordenado sacerdote. 

De los años de formación me gustaría centrarme y sintetizar en 2 cosas. 

Primero, no cabe dudas que cada momento hace parte de la experiencia que estoy contando en este momento, y las experiencias también negativas son parte de la vida que estoy viviendo. Si no llego a dar un significado a esos momentos, empezaré a determinarme a partir de cosas muy concretas (sea esta positiva que negativa), pero nunca voy a llegar a hacer una lectura del todo a partir de lo que estoy llamado a ser. Por qué digo eso: en esos 19 años he tenido muchos momentos felices que recuerdo con mucho cariño, pero también momentos de mucho dolor y sufrimiento. Seguir a Dios exige renuncias. Lo que más he tenido que aprender es renunciar a mí mismo. Pensé algunas veces durante estos años que, puesto que seguía a Dios, tenía el derecho de hacer muchas cosas buenas por Dios y aprovechar todo lo que él permite. Pero eso quizás me llevó a ver mal los momentos de prueba y poner en duda mi vocación. Me di cuenta, principalmente en los últimos años, que se debe aprovechar todo, incluso los momentos difíciles y quizás dolorosos. Parece contradictorio, pero es parte de nuestra vida. Seguir el mensaje del Evangelio exige en todos los estados coraje y valentía para no dejarse llevar por meros idealismos. Hoy puedo decir que estos momentos me han dado luz para ver con más madurez la vida y fueron justo estos momentos los que forjaran mi decisión. Y segundo, no quiero dejar una visión pesimista de mi historia. Para quien me conoce sabe que me encanta disfrutar, que me gusta vivir cada momento con intensidad y que me encanta pasarla bien siempre. Si me pusiera a contar todas las anécdotas, realmente sería muy divertido, pero nunca terminaría esta historia vocacional. Pero sí quiero mencionar cosas que disfruté mucho de estos años: desde siempre disfruté la vida comunitaria y cómo nos llevábamos entre todos en familia; la sana exigencia y disciplina me formaron mucho; disfruté todos y cada uno de los momentos que me llevaban, a través de los retiros, a encontrarme con Dios; la manera de salir al encuentro de las personas con un apostolado entusiasta; las oportunidades de formación; los verdaderos amigos que formé durante estos años y que son, así lo veo, muchas veces la causa de mi perseverancia ya que han estado y están a mi lado para apoyarme; los formadores y directores espirituales que han sido realmente muy pacientes conmigo; la manera que la Legión evangeliza y transforma la sociedad… La lista es larga, pero se han dado cuenta lo que realmente valoro y llevo de estos años. 

No puedo negar que la Legión ha sido una verdadera familia para mí y mis padres casi no salieron en esta historia. Pero quiero hacer verdad en mi vida: pasé muchos años fuera de Brasil y lejos de mi familia; quizás aparentemente mi familia no se mezcló en todo mi proceso, pero no hay dudas de que si estoy aquí hoy es gracias al apoyo de cada uno de ellos y sus sinceras oraciones para que pudiese descubrir la Voluntad de Dios en mi vida. Y les agradezco sinceramente. 

Para terminar, quiero agradecer a Dios por cada paso de esta historia pues ha tenido una mirada de amor muy grande hacia mí. Pero también agradezco a muchísima gente que conocí durante estos años: ¡todos ustedes hacen parte de esta historia! Si hoy soy quien soy es gracias a todos ustedes, su amistada, sus oraciones y apoyo. Tengo una lista inmensa de personas que traigo en mi corazón con mucho cariño y que me hace emocionar cada vez que le recuerdo de cada uno de ellos. La gente nos da tanto a través de sus innumerables gestos y nos lleva a formar este corazón sacerdotal. 

Y puedo concluir diciéndote que siento con mucha convicción, después de un camino sincero y satisfactorio y con todo lo que eso implica (las dificultades de este camino, etc.), que mi vida ha sido llamada a realizarse en el sacerdocio. El modo concreto de entregarme en el sacerdocio Dios lo ha revelado por medio de la Legión de Cristo. Aquí es donde me siento plenamente feliz realizando esta misión que Dios ha pensado para mí. Pero tengo que reconocer también lo siguiente: mi vida no es solo para mi propia felicidad, sino para los demás y para la salvación de las almas. Espero y deseo hasta el final de mi vida poder desgastar cada momento para la salvación de las almas y la extensión de su Reino. 

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