“¿Qué tengo que mi amistad procuras?”
Unos de los hilos fundamentales de mi vocación ha sido siempre la amistad con el Señor. Desde niño había el deseo de estar cercano a Jesús, ser monaguillo en las misas, tenía mi rosario que brillaba en el oscuro colgado en la cama y algunas noches lo rezaba. Sentía como si Jesús tuviera un imán y estuviera apuntando hacia a mí, me atraía hacia Él.
“Me siento en casa, mamá”.
En 2002, a los 12 años el P. Eduardo Linares, LC visita mi escuela, me invita a conocer el seminario y luego a participar del curso de verano de la apostólica de Porto Alegre, Brasil. En el seminario voy conociendo a los hermanos, a los sacerdotes, haciendo amistades, jugamos al futbol, tenemos nuestros paseos, misa diaria, rosario… Al final del mes, mi madre y padre vienen a visitarme y les digo que quiero quedarme, que los padres no me están obligando a quedarme, que estoy feliz, que me siento en casa. Ellos no solo aceptaron, sino que me apoyaron, diciendo al mismo tiempo, que la puerta de casa siempre estaría abierta para mí, si viera que el sacerdocio no era lo mío.
“¿No te basta mi vida? ¿Por qué te llevas a mi padre?
En el tercer año del seminario, con 15 años, mi padre descubre que está enfermo, su enfermedad se llama ELA (esclerosis lateral amiotrófica). En los siguientes 5 años iré viendo como mi padre dejaba de caminar, perdía fuerzas, hablaba cada vez menos, adelgazaba mucho al final de su vida. Pasé por un momento de crisis de fe, culpando a Dios por la enfermedad de mi padre. Si antes el seminario me gustaba, ahora se estaba haciendo un peso y sentía rechazo a las cosas de Dios. Fue por la paternidad de un sacerdote, P. Miguel Ángel de la Torre, que empecé a experimentar que Jesús caminaba conmigo por el valle oscuro que estaba viviendo. La enfermedad de mi padre que al inicio me generó rabia, problemas disciplinares, rechazo a Dios, se transformó en una puerta que me abría a una realidad nueva: la presencia cercana de Jesús, el desear el Cielo para volver a ver a mi padre, el acoger el misterio del sufrimiento, de la fragilidad humana…
“Os daré pastores según mi corazón”.
En los años de formación fui comprendiendo que el Señor no solo me llamaba para estar con Él, ser su amigo. Me estaba preparando para enviarme de misión. Así como la leña que es lanzada al fuego empieza a quemar y quema al que se acerca a ella, Jesús me ponía cercano a su corazón para que experimentara su amor, su verdad, su misericordia, su perdón y pudiera transmitir a los demás. Los años de formación, además de la preparación académica, fueron como una operación constante del corazón: Jesús, dame un corazón como el tuyo, para amar como tú amaste: al Padre, a la Virgen María, a las personas.
“El amor de tu hermano, es un escudo para tu corazón”
En los últimos años veo que el Señor me hizo tomar consciencia de hacer parte del Regnum Christi, que soy hijo de la Iglesia, que mi vocación encuentra su sentido en ella y que mis hermanos y hermanas caminan a mi lado hacia al Cielo. Algunas relaciones de amistad, hermandad, me hicieron experimentar como el amor de mis hermanos legionarios, consagradas, miembros del RC y otras personas me mantenía en pie, no era solamente un consuelo sino que además era como un escudo que me protegía, una fuerza que me llevaba a seguir entregando mi vida por Jesús, por la salvación de las personas.
“Dejad que los niños vengan a mí”
Actualmente estoy en el Colegio Everest Monteclaro, de Madrid, como capellán y director del ECyD. Me siento bendecido por poder ayudar a que los niños se acerquen al Señor. Siento que el Señor me ha regalado de lo más precioso que lleva en su corazón: los niños. Me encomiendo a vuestras oraciones, no dejad de interceder para que pueda ser un sacerdote según el corazón de Jesús.