«Antes de haberte formado yo en el seno materno, te conocía, y antes que nacieses, te tenía consagrado: yo profeta de las naciones te constituí.» Jeremías 1,5
Soy el P. Jesús Silva Sosa, L.C., nací en Cancún, Quintana Roo el 17 de marzo de 1993. Crecí en una familia católica rodeado de amor por parte de mis padres y mis tres hermanos.
Con ellos aprendí a vivir la fe en lo ordinario del día a día; por ejemplo: cuando nos levantábamos de fondo se escuchaban las oraciones de un canal católico donde se rezaba el rosario y, en la tarde, la coronilla de la Divina Misericordia. Mi hermana menor se sabía de memoria las letanías lauretanas. Vivíamos nuestra fe con pequeñas acciones que marcaban el paso de Dios en nuestro día. Procurábamos rezar de camino al colegio, antes de las comidas y antes de dormir. Un recuerdo muy valioso es cuando recibíamos visitas o comíamos fuera de casa y se compartía ese momento de oración con otras personas. Eso, en mí, se volvió parte importante, incluso estando solo o con amigos. Para mí era importante vivir mi fe en esos pequeños momentos.
Otra cosa que destaco es que pudimos acoger en nuestra casa a muchos sacerdotes que iban a Cancún para predicar, así pasábamos tiempo con ellos. Tengo una tía religiosa misionera que en varias ocasiones nos permitió tener contacto con otras hermanas de la orden, así que desde muy pequeño tenía referencias de lo que sin saber un día me llamaría el Señor, una vida sacerdotal y religiosa.
Estaba en mi primer año de universidad cuando decidí dar un paso definitivo y seguir al Señor, eso fue con 19 años. Pero antes de contar cómo fue esta parte de mi vida, quisiera destacar algunos momentos anteriores, que fueron para mí significativos y que —viendo en retrospectiva— agradezco la acción de Dios en mi vida.
Inicio con la segunda conversión de mis papás. Después de un tiempo en pareja llegaron las inseguridades y el temor a tener más hijos debido a campañas como “Pocos hijos para darles mucho”. En ese momento se acercan a la Renovación Carismática donde viven una segunda conversión que abre las puertas nuevamente a la vida. Gracias a esto llego yo, el tercer hijo (Jesús), y posteriormente mi hermana menor (María).
El bautismo también fue un momento especial, no solamente por lo que el sacramento en sí ya transmite de manera efectiva, sino también porque fue un signo personal para mi futura vocación. Resulta que de manera doblemente espontánea se dio la oportunidad de que el sacerdote que me bautizó fuera también mi padrino y que un grupo de religiosas también levantaron la mano para ser mis madrinas. En el acta oficial, aparece solamente una, pero ellas me han acompañado con la entrega de su vida, sacrificios y oraciones de manera especial desde mi bautismo, y sobre todo ahora que empezaré mi ministerio sacerdotal. Ellas son religiosas “Misioneras Hijas de la Madre Santísima de la Luz” y mi padrino es el P. José Antonio Blanco, legionario de Cristo, que ha sido misionero durante toda su etapa ministerial en la Diócesis de Cancún-Chetumal. Una ficha del rompecabezas de mi vocación al sacerdocio es el carácter misionero.
Otra pieza importante sucedió cuando tenía entre 10 y 11 años. Estaba jugando fútbol al lado de una capilla cuando, en un determinado momento, nos piden a los niños parar de jugar para que se conservara un ambiente de silencio durante la bendición eucarística. Aquel momento para mí fue especial… algo pasó, pues al terminar le comenté a mi mamá que justo en ese momento sentí una especie de llamado a servir al Señor. Después de compartir aquella experiencia, pedí ingresar como monaguillo en la parroquia. Así que me puse a buscar un grupo y terminé formando parte del primer grupo de monaguillos de la Catedral de Cancún que queda cerca de mi casa y que estaba apenas empezando su primera fase de construcción. Esta ficha del rompecabezas de mi vocación es el servicio.
Esta etapa de servicio en el altar me marca de manera especial, pues al ser un grupo pequeño de monaguillos nos exigía ser generosos a la hora del ofrecernos para servir en las misas y que los sacerdotes tuvieran apoyo. Yo empecé a servir en misas entre semana, eso era una novedad para mí, ya que no tenía en cuenta que también entre semana se le podía dedicar tiempo a Jesús asistiendo a misa. Los domingos ayudaba en la misa de 10:00, de 12:00 con el obispo y en la misa de 17:00. Fue una etapa en la que me ayudó a crecer en mi amistad íntima con Cristo Eucaristía. Tanto el obispo como los sacerdotes que oficiaban las misas en este tiempo eran legionarios. Esta ficha del rompecabezas de mi vocación es el amor por Cristo Eucaristía.
Otro momento del llamado fue la visita de un sacerdote legionario a mi que, a pesar de no pertenecer a los colegios del Regnum Christi, la directora les había confiado la capellanía a los padres legionarios. Mi padrino de bautismo era el capellán, así que confesaba y celebraba la misa el viernes primero de cada mes, día dedicado al Sagrado Corazón de Jesús. Ahora puedo ver que la devoción al Sagrado Corazón también es una pieza más en mi vocación, pues los legionarios estamos consagrados a Él.
Un día —a este mismo colegio— llegó otro sacerdote legionario a hacernos tres preguntas: la primera era sobre si alguna vez habíamos pensado en ser sacerdotes, la segunda si queríamos hablar de eso con él, la tercera si nos gustaría recibir información sobre lo que es el Centro Vocacional en la Ciudad de México. Yo a todas las preguntas respondí que sí, pues ya en mi etapa como monaguillo me había hecho la pregunta si Dios me llamaba al sacerdocio. Tenía inquietud de escuchar sobre el Centro Vocacional, pues un amigo muy cercano y ex compañero de equipo de fútbol (hoy el P. José Eduardo Gorocica, L.C.) se había ido al Centro Vocacional y realmente tenía interés en escuchar más sobre esto. Otros compañeros del grupo de monaguillos se habían ido al seminario menor de la diócesis y la inquietud era cada vez más fuerte. Hablé con el sacerdote legionario después de rellenar ese formulario y me dijo que lo tenía que hablar con mis papás. A pesar de lo fuerte que era el pedir ese permiso, por las consecuencias de irme de casa tan pequeño, hablé con mi mamá y le platiqué sobre la invitación. Ella me dijo que estaba aún muy pequeño, que aún necesitaba tener tiempo para apapacharme y que si más adelante seguía con la inquietud vocacional podría hacerlo. Experimenté fue mucha paz ante esa respuesta de mi mamá, pues el deseo de hacer la experiencia era sincero. Por otra parte, me daba aún miedo dar el paso. Para mí fue decirle a Dios: «Señor, yo lo he intentado». Cuando me habló por teléfono el padre legionario para saber qué pasaría, ya no me atreví a contestarle ni menos contarle lo que había pasado, simplemente ahí quedó y perdimos el contacto. La pregunta vocacional quedó encerrada en un cajón, ya había dejado de ser monaguillo, así que me concentré en otro capítulo importante en mi vida que fue la etapa deportiva.
Siempre he tenido una gran pasión por el fútbol, pero a través de un primo, llegó a mi vida el tenis de mesa, mejor conocido como “ping pong”. Descubrí en este ámbito la posibilidad de competir a distintos niveles: empecé en el municipal, luego en el estatal, luego a nivel nacional e incluso internacional. Fue una etapa muy enriquecedora.
En el 2007, tenía catorce años y había tenido un año muy intenso con mi mejor amigo y mi entrenador para conseguir buenos resultados en la Olimpiada Nacional. Después de tener un éxito histórico para el estado de Quintana Roo en la modalidad por equipos y dobles, estábamos en la modalidad individual en los cuartos de final. Ahí ambos jugamos al mismo tiempo y el entrenador solamente podía estar con uno de los dos. Yo me quedé solo y eso me causó un nervio aún mayor, pero me fui a un rincón para rezar y pedirle a Dios que me diera fuerza. También mi mamá rezó conmigo y me dijo que el Señor iba a ser mi “couch”, y así fue. Inicié mi partido con una fuerza y una seguridad grande que me venía de la confianza que el Señor me acompañaba. Vencí en los cuartos, semis y en la final de manera contundente. No sabía, pero el ganador se iba a entrenar un mes a China. Fue el momento cumbre de mi vida deportiva y yo le agradecía al Señor por esas experiencias tan fuertes que me hizo tener en el deporte, además estuve rodeado de personas buenas que me hicieron crecer como deportista y como persona. Cerrada mi etapa en el tenis de mesa, intenté probar suerte en el fútbol. A pesar de las buenas oportunidades que se me fueron dando durante los siguientes tres años, no se logró el objetivo personal de jugar a nivel profesional.
En una ocasión durante mi último año de bachillerato hablando con mi mamá platicamos sobre aquel llamado al sacerdocio guardado en el cajón. Yo le abrí de nuevo la inquietud que aún permanecía sobre un posible llamado, ella me consiguió el número del seminario diocesano y marqué por teléfono. La secretaria que me respondió la llamada me dijo que no tenían cupo y que tenía que esperar hasta el siguiente año. Yo volví a decirle al Señor que de mi parte lo había intentado. Por eso, terminando el bachillerato, seguí con el “plan b”, estudiar Ciencias de la Comunicación en la Universidad Anáhuac de Cancún.
Después de medio semestre de estudios, confirmaba que ahí no era mi lugar y que, terminando el año, tendría definitivamente que cambiar de aires. No sabía por dónde, tenía la intuición de que no era en el seminario diocesano, así que busqué otra opción. Escuché hablar de ser colaborador del Regnum Christi, dedicando un año de la propia vida al servicio de la Iglesia. Esa idea me llamó mucho la atención y dije que eso lo tenía que hacer, era una idea muy noble y me ayudaría a expandir los horizontes de las posibilidades que ofrece la Iglesia al sacerdocio. Pero no sabía cómo hacer para empezar ese proceso y lo dejé en manos de Dios.
Una noche soñé con una larga procesión donde todas las personas se arrodillaban. Me di cuenta de que venía al final un sacerdote cargando la custodia con el Santísimo Sacramento, pero luego entendí que este sacerdote era el mismo Jesús que me miraba y me decía: «ya te necesito». De pronto cambió la escena a una sacristía en la que se me estaban poniendo las vestiduras sacerdotales y veía cómo había una multitud de gente que esperaba con júbilo. Me estaban esperando a mí, y yo veía al Papa. Ese sueño para mí fue el empuje que necesitaba para responder al Señor en mi llamado personal. Lo anoté todo en un papel junto con sentimientos de paz y alegría, y seguí durmiendo.
Algunos días después, mientras iba de camino a la universidad, mi mamá me platicó que se había encontrado un papel en el que yo narraba lo que soñé y me preguntó sobre lo que iba a hacer. Le dije que era verdad lo que había anotado y que la inquietud al sacerdocio estaba presente. Le platiqué de la idea de ser colaborador del Regnum Christi y me consiguió el contacto del padre encargado. Sin darle más largas le llamé y le dije que quería ser colaborador. Como no me conocía y yo tampoco formaba parte del movimiento, me citó un par de ocasiones para hablar con él y proponerme opciones, de modo tal que pudiera conocer mejor el carisma. También recuerdo que un consagrado del Regnum Christi me entrevistó para ver qué esperaba de ese año como colaborador y dónde me veía trabajando. Ya estaba todo arreglado para que me fuera de colaborador, había hecho la experiencia con un equipo que se reunía semanalmente para leer la Biblia con la metodología propia del Encuentro con Cristo y estaba todo listo para que me fuera al cursillo de formación para colaboradores. Pero un día me llama el sacerdote que se encargaba de los colaboradores para recomendarme que platicara con otro padre que tenía experiencia con el tema de la vocación. Le dije que sí. Nos reunimos al día siguiente y me lanzó la invitación a ir al candidatado de los Legionarios de Cristo. Me acuerdo que se sorprendió cuando le dije que sí tenía mucho interés. Así es como el Señor me ayudó a tomar la decisión de dar un paso muy importante, volando dos meses a Monterrey para poner en discernimiento un posible llamado sirviendo a la Iglesia como religioso y sacerdote Legionario de Cristo.
Cuando llegué a Monterrey me dirigí al centro donde pasaría los próximos dos meses. Me llené de sentimientos de paz y sentía que estaba en mi lugar. Al concluir los dos meses de discernimiento pedí formalmente ser aceptado en la congragación y, después de visitar a mi familia, regresé a Monterrey para recibir mi sotana y empezar dos años de noviciado, tiempo para conocer la vida Legionaria y para seguir profundizando en el llamado y su autenticidad.
Una de las sorpresas más grandes fue que me enviaron a Alemania a que hiciera mis dos años de noviciado. Yo estaba feliz por esa oportunidad y mi familia también, fueron dos años de mucha oración y de desconectar con todo lo que ofrece el mundo, para ser consciente del llamado radical a dejar todo y a seguirlo. El pasaje del Evangelio que más me marcó en esa etapa fue el joven rico que es invitado por Jesús a seguirlo y decide no hacerlo. Ahí vienen unas palabras de Jesús que hacen preguntarse a los apóstoles sobre la recompensa que les espera a los que lo han dejado todo para seguirle. Jesús promete el ciento por uno y yo desde el primer momento ya lo estaba recibiendo con lo feliz que estaba al haber encontrado mi lugar en la Iglesia.
Uno de los momentos más felices fue mi primera profesión al terminar los dos años de noviciado. Era el momento para hacer los votos de pobreza, castidad y obediencia. Mis papás me pudieron acompañar en Alemania en la ceremonia, la cual se podía comparar con mi boda, pues a pesar de que los votos que profesaba eran temporales, interiormente eran ya definitivos, para toda la vida.
Los años de formación en el seminario no fueron tan sencillos como me lo hubiese imaginado. Para esos años uso como analogía el tiempo anterior a la vida pública de Jesús, pues era un crecimiento en el silencio sin grandes reflectores. Era mucho tiempo de estudio y de vida comunitaria interna, con poco apostolado exterior. Ya después llegó el periodo de las prácticas apostólicas y ahí pude regresar a Alemania a compartir un poco de lo mucho que había recibido en esos años de formación.
Hoy en día, después de haber concluido mis estudios eclesiásticos de humanidades, filosofía y teología, me encuentro en Alemania. La situación en la Iglesia local tiende a ser desafiante, sin embargo, la esperanza no se pierde. El Espíritu Santo puede reavivar el celo en donde haga falta, solamente habría que estar bien dispuestos para acoger esa gracia que transforma.
Muchos elementos me han faltado para compartir la historia de mi vocación, las piezas del rompecabezas son aún muchas más, como por ejemplo el tiempo de las Megamisiones en Semana Santa, que me enseñaba que verdaderamente hay más alegría en el dar que en el recibir. La historia del fallecimiento de mi papá que se preparaba para ser diácono permanente mientras yo estudiaba en Roma y que —debido a un repentino infarto— falleció, y pude acompañarlo presencialmente en sus últimos momentos. He tenido otras historias con personas que han sido generosas conmigo poniendo su granito de arena para llegar a ser quien soy hoy en día; pienso en primer lugar en mis familiares, amigos, formadores y muchas personas más que me he topado en el camino.
Es una gran alegría estar tan cerca de la ordenación sacerdotal. Pido al Señor la gracia de no temer a ser su instrumento, ser dócil al Espíritu Santo y cubrirme bajo el manto de María ante las circunstancias a las que me enfrentaré en el futuro, en el que se mezcla mi fragilidad humana y la fuerza que viene de Cristo. Que mi confianza sea como la de un niño con su Padre para ir de la mano con Él hacia la meta del cielo y que mi vida sea testimonio de su amor en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.